Dani García
Madrid
Este verano, durante el Festival del Saber, tuvimos la oportunidad de
visitar y conocer mejor tres barrios diferentes en los que desde hace
poco más de un año realizamos la Biblioteca de Calle. La propuesta
del Festival era recoger las “Historias de Barrio” de cada lugar,
rescatar no sólo sus sombras, que son las que más fácilmente
aparecen en un primer contacto, sino también sus luces, los
esfuerzos y compromisos de sus vecinos, aquellas cosas de las que
unos y otras pueden sentirse orgullosos, aunque a veces no se atrevan
a decirlo en voz alta.
El resultado de esta propuesta de recoger las historias que
atraviesan cada barrio fue muy curioso. En el lugar donde la
condiciones físicas eran más difíciles, ya que las familias
habitan en viviendas que tienen más de cincuenta años,
autoconstruidas, con muchas goteras y deficiencias varias, sin
embargo los relatos de la vida en el barrio eran mucho amables,
luminosos. Mientras tanto, en el barrio donde las viviendas eran de
mayor calidad, con espacios comunes bastante agradables, las quejas
sobre el desencuentro entre vecinos eran constantes, y parecía como
que nadie estaba a gusto en ese lugar. Algunas personas hablaban con
añoranza de cómo era el barrio antes de que se levantaran los
bloques de pisos donde ahora viven tantas familias, cuando eran tan
solo 40 o 50 en casas bajas o chabolas. ¿Por qué esa añoranza de
un tiempo en el que las condiciones de vida se nos presentan como
mucho más duras? La respuesta aparecía evidente en labios de
quienes nos contaban esas historias: allí la gente se conocía, se
apoyaba cuando hacía falta, la solidaridad era posible. Lo mismo que
pasaba en el primer barrio que comentaba, donde en medio de esas
viviendas avejentadas, algunas medio derruidas, aún son evidentes
los lazos que unen a las diferentes familias. Allí no hay lugar para
esconderse, así que los encuentros (los desencuentros también,
claro) son inevitables pero, sobre todo, cuando surgen necesidades no
se puede mirar hacia otro lado y no queda otra opción que extender
la mano para apoyar al vecino.
Estas redes de apoyo son las que han construido los barrios de
nuestras ciudades, esos barrios conquistados por las familias que a
través de la autoconstrucción y la lucha vecinal consiguieron ir
viendo reconocidos algunos de sus derechos por parte de las
administraciones. Quizás por ese poder que demostraron en su momento
los movimientos vecinales, los planes de desarrollo urbanístico
diseñados en las últimas décadas por las autoridades parecen
empeñados en hacer cada vez más difícil el encuentro, la
solidaridad y el apoyo mutuo, a través de dinámicas que generan
aislamiento y la división en los barrios, dentro de la dinámica de
cada vez mayor incomunicación que se da en nuestra sociedad.
Sin embargo, no es posible hacer desaparecer del todo ese ímpetu
solidario, de encuentro, y resurge con fuerza cuando la situación se
pone más difícil. Esta semana pasada tuve la oportunidad de
acercarme y conocer a uno de los grupos locales de la
Plataforma
de Afectados por la Hipoteca que tanto están luchando por el
reconocimiento del derecho a una vivienda digna. Personas que se
compraron su casa según el modelo de aislamiento y comodidad
individual imperante, y que de repente se vieron en la calle, sin
dinero y con muchas deudas, pero sobre todo muy solos. Personas que,
a través de la lucha colectiva de esta Plataforma, descubrieron una
dinámica de apoyo mutuo que les ayudó a salir de su problema
individual y comprometerse en la lucha por otras también. Esta lucha
colectiva la colocan siempre como eje fundamental en todo lo que
hacen, el “nos tenemos que apoyar entre todos, ahora estamos
contigo y luego tú estará con otros”. Pero sobre todo me impactó
el constatar como esta solidaridad puesta en marcha les lanza mucho
más lejos de lo que me esperaba, posiblemente mucho más lejos de lo
que ellos hubieran imaginado antes de encontrarse luchando juntos.
Llegamos a la Plataforma para pedir apoyo para una familia que desde
hace años vive en una nave de la que ahora el Ayuntamiento les
quiere expulsar sin ofrecerles ninguna alternativa de vivienda a
cambio. Nuestra duda era si esa situación tendría eco y sería
entendida y bien acogida en una asamblea donde todos los
participantes eran personas que habían tenido un trabajo, una
hipoteca, una vida “dentro del sistema”, por así decirlo, aunque
ahora estén en una situación difícil. Nos temíamos que la
distancia respecto a esta familia que ha vivido siempre en
condiciones de pobreza y exclusión, siendo además gitana, pudiese
ser excesiva.
Nada de eso ocurrió. Desde el primer momento se señaló que la
situación de esta familia era diferente a la de todas los demás
participantes, pero eso no fue impedimento para que se analizase la
situación conjuntamente y salieran diversas personas voluntarias
dispuestas a movilizarse al lado de la familia para hacer presión al
Ayuntamiento y que asumiera su responsabilidad en cuanto a poner
todos los medios a su alcance para que esta familia pudea tener a
acceso a unas condiciones de vida dignas. “Estamos con
vosotros”, “Contad con nuestro apoyo”, “Buscaremos juntos una
solución”, fueron algunas de las frases que hemos escuchado en
diversos momentos de esta semana.
Parece cómo que tras haber sentido la parálisis de la impotencia en
una situación crítica y desde ahí haber conseguido trabar redes de
solidaridad y apoyo mutuo con otras personas dispuestas a acompañar,
pase lo que pase, se han abierto nuevos horizontes a quienes han
experimentado este proceso en carne propia. De repente la clave ya no
está en señalar nuestras diferencias, sino en encontrar los puntos
comunes que nos unen, especialmente a partir de la experiencia de
injusticia vivida en primera persona, para poder hace frente a las
dificultades confiados en la fuerza del sentirse acompañado.
Ahora que se acerca el
17
de Octubre, Día Mundial para la Erradicación de la Extrema Pobreza,
me ronda todo el día por la cabeza esta cuestión: ¿cómo generar
procesos de apoyo mutuo que nos permitan experimentar y construir
estas redes que no solo nos aseguren el no caer al vacío, sino que
también nos permitan tomar impulso para saltar más alto de lo que
jamás imaginamos?
Al mismo tiempo, quienes desde siempre han vivido en la pobreza
conocen muy bien la importancia de este tipo de redes y apoyos,
aunque en muchas ocasiones no son reconocidos como validos: la
acogida de familiares que están sin vivienda en la propia casa es
señalado como hacinamiento y perseguido como una mala práctica que
hay que evitar, la reconciliación tras episodios de violencia se
marca como debilidad o falta de inteligencia, sin asomarse a la
puerta que se vuelve a abrir para seguir construyendo un proyecto
compartido... Son redes precarias, llenas de remiendos, pero situadas
tan a ras de suelo que no dejan a nadie por debajo, que permiten que
todos puedan participar y entretejer.
Ojalá este próximo 17 de Octubre nos permita descubrir y nos lance
de lleno a enredarnos unos con otros, partiendo de lo más abajo
posible, dejándonos sorprender, como muchas da las personas de la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca, al ir descubriendo la
potencia y la esperanza que somos capaces de generar en colectivo.